Se terminó el verano

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FULGENCIO SPA CORTÉS

Septiembre entierra al verano. Quedaron atrás los meses caniculares. Ahora, las playas son remanso de paz. Y, ya mismo, en vez de ser limpiadas por sofisticadas máquinas, que más que limpiar entierran la suciedad, serán barridas, por los temporales bravos de las aguas saladas que avanzan sobre arenas arriba desinfectándolas de tanto trajín humano, dejándolas como patenas. ¡Pero qué solas se quedan las playas! ¡Qué solas ellas que fueron descanso y albedrío!

Desde mi ventana que se asoma al paseo marítimo veía el fluir, la vida ajetreada veraniega de mi pueblo. Temprano se instalaban los vendedores de fruta. Y temprano muchos llevaba la sombrilla a la lengua del rebalaje para tener sitio preferencial. Y algunos niños comenzaban a hacer los castillos de arena y a querer meter la mar en el cubito. Los perros, por sus amos, eran paseados para que hicieran sus necesidades. Y se veían mujeres con los churros calientes para el madrugador desayuno. ¡Qué goloso manjar, son los churros calientes! Se oían las voces de los vendedores, del panadero puerta a puerta, de los surtidores y proveedores de bares y comercios descargando mercancías. Sobre las arenas una baraja troquelada de jovenzuelas con sus bikini iguales y alguna, más atrevida, enseñando al aire sus senos, tersos, libres.

En contraste con esas bellezas, hombres, con su barriguilla prominente, dándoselas de atletas. Y en los bares colas de gente sobre la barra y peticiones de reservas para comer. Y a la hora del ángelus, de esos bares de playa a pie de calle, un escandaloso y delicioso olor a sardinas convertidas en manjar sobre la lumbre. ¡Y qué manjar! Los comercios, las farmacias, las entidades bancarias, heladerías, peluquerías, mercado municipal, pleno total. Sobre el paseo marítimo, bullicio, ajetreo, vida. Y sobre ese paseo, gentes del Africa profunda, con sus tenderetes de ilusionante baratura.

Las vacaciones traen ruidos que desaparecen cuando muere septiembre y al pueblo lo invade cierta melancolía y pereza.

Nos hemos quedado solos, sin esa compaña, a veces protestada por los que se las dan de sibaritas y quieren siempre el silencio absoluto.

El pueblo pierde ritmo económico.

Las mañanas quedan sin ese sarpullido de vida y las tardes son siesta y las noches melancolía, recuerdos de días luminosos, donde las playas eran multicolores de sombrillas, juventud que se exhibe sin prejuicios y son adorno y deseo de viejos verdes. Y como contraste, hombres y mujeres queriendo ser jóvenes sin serlo. Qué tristeza. Se acabaron las con sus ilusionantes vacaciones, y huele a responsabilidades, y a trabajo. Alguna madrugada, suena grosera la música que sale de un coche; la carcajada que despierta al que duerme, la moto atronando, o la guitarra desafinada, sin civismo. Se acabó el verano tiempo de descanso y descaro.

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